Queridos ciudadanos de esta gloriosa Unión Europea, y en especial de nuestra querida España, tierra de sol, paella y políticos con imaginación desbordante: ¿han notado que últimamente todo lo que sale mal es culpa de Vladímir Putin? Sí, ese señor con cara de póker que vive en un palacio helado y que, al parecer, tiene tiempo para arruinar nuestras vidas entre vodka y paseos a caballo sin camisa. ¡Qué multitasking tan admirable!
Si la inflación está por las nubes y tu sueldo no alcanza ni para un café cortado, no mires a Bruselas ni a Moncloa, ¡no! Es Putin, que con su magia negra económica ha decidido que el euro valga menos que un billete de Monopoly. ¿Que hay disturbios en las calles porque la gente no llega a fin de mes? Culpa de Putin, que seguro mandó a sus espías a susurrarles ideas subversivas al oído mientras dormían. ¿Que la sanidad pública está colapsada y te dan cita para 2027? Obvio, Putin hackeó los hospitales con un virus informático desde su búnker en Siberia. Y si se te quema la tostada por la mañana, no culpes a tu tostadora de Aliexpress: es el aliento gélido del Kremlin soplando hasta tu cocina.
Los gobiernos europeos, con España a la cabeza en creatividad narrativa, han encontrado en Putin al villano perfecto. Es como el Guasón, pero con menos maquillaje y más gas natural. ¿Subida de impuestos? «Es por Putin, que nos obliga a gastar más en defensa porque está muy loco». ¿Censura en redes sociales? «Es por Putin, que si te dejamos hablar libremente acabarás cantando el himno ruso en la plaza del pueblo». ¿Prohibir protestas? «Es por Putin, que si sales a la calle con una pancarta eres claramente un agente encubierto de Moscú». Todo encaja como un guion de Hollywood, pero con menos presupuesto y peores actores.
En España, además, hemos elevado esto a un arte. Aquí no solo culpamos a Putin de los males presentes, sino que estamos a punto de culparlo de la Reconquista, la crisis del 98 y el gol de Iniesta (bueno, eso último no, que nos salió bien). Sánchez y sus ministros, con esa cara de «yo no he sido» que perfeccionan en cada rueda de prensa, nos venden que cada euro que te sacan del bolsillo es para salvarnos del oso ruso. Y si te quejas, ¡cuidado! Eres un prorruso, un pro-Putin, un traidor a la patria que merece ser silenciado. «¿Que no te gusta pagar más impuestos? ¡A Siberia contigo, rojo!».
La estrategia es brillante, hay que admitirlo. Suben impuestos para «protegernos» del malvado zar, censuran a los disidentes porque «Putin los financia» (aunque sea con rublos imaginarios), y de paso se aseguran de que nadie mire demasiado los balances de sus propios ministerios. Total, ¿para qué auditar el gasto público si podemos señalar al Este y gritar «¡el enemigo está ahí!»? Es como un truco de magia: mientras te distraen con el sombrero ruso, te meten la mano en la cartera.
Así que, europeos y españolitos de a pie, la próxima vez que algo vaya mal —el tren se retrase, el WiFi se caiga o tu suegra te mire mal— no busques culpables cerca. Mira hacia Moscú, sacude el puño y grita: «¡Putin, déjanos en paz!». Y si de paso te suben el IVA al 25% o te cierran la cuenta de Twitter por «desinformación», no te preocupes: es por tu bien. Todo sea por salvarnos del gran oso malo. Ahora, ve a pagar tus impuestos como buen patriota y no hagas preguntas, que ya sabes quién está detrás si te atreves a protestar.