Qué maravilla, qué genialidad, qué despliegue de imaginación nos ha regalado la Dirección General de Tráfico (DGT) con su última ocurrencia: «¡Eh, tú, plebeyo contaminador, mete a otro en el coche si no quieres que te acusemos de cargarte el planeta y de paso el tráfico!». Sí, amigos, la DGT ha decidido que, para reducir la contaminación y los atascos, lo mejor es obligar a que los coches lleven al menos dos personas. Porque, claro, todos sabemos que el problema de España no son los millones de vehículos rugiendo por las carreteras, sino que tú, sí, TÚ, vas solo escuchando a Camela a todo volumen mientras el ozono se desmaya a tu paso.

La idea es tan brillante que casi me caigo de la silla de la risa. Imaginaos: atascos kilométricos en la M-30 porque la gente para en las gasolineras a buscar autoestopistas como si fueran Pokémon raros. «¿Te vale este? No, espera, que este no tiene cara de compartir Spotify». Y mientras tanto, las multas volando como confeti en una boda, porque la DGT no va a dejar pasar la oportunidad de sacarte los cuartos por ir en plan lobo solitario. Todo sea por el bien del planeta, ¿eh? Qué bonito, qué ecológico, qué… hipócrita.
Porque, veréis, mientras a ti te obligan a compartir asiento con tu vecino Manolo, que huele a ajo y lleva tres días sin ducharse, hay un pequeño detalle que la DGT parece haber olvidado mencionar: los 36.512 coches oficiales que circulan por España, según el Registro de Vehículos del Sector Público Estatal.
Sí, habéis leído bien, 36.512 bólidos pagados con nuestros impuestos, muchos de los cuales llevan a un solo político, asesor o alto cargo mirando por la ventanilla tintada cómo el populacho se amontona en los utilitarios. ¿Dos por coche? ¡Ja! Eso es para los mortales, no para los que viajan con chófer y un café latte en la mano.
Hagamos cuentas, que soy de letras, pero me apaño: con 25 millones de turismos en España (aproximadamente, según datos recientes), los coches oficiales son un mísero 0,14% del total. «Bah, no es nada», dirán algunos. Claro, claro, pero si sumamos los 848 coches del Congreso y el Senado, los 44 de la Casa Real (con 60 chóferes, que no falte personal), y los miles que usan ministerios, autonomías y ayuntamientos, la cosa empieza a oler a privilegio más que a gasolina. ¿Cuántos de esos van con dos personas? Me juego el cuello a que la mayoría lleva a un solo VIP con cara de «yo no sudo en un atasco».
Así que, mientras tú intentas convencer a tu suegra para que te acompañe al trabajo y no te hable del tiempo todo el trayecto, los coches oficiales seguirán desfilando en soledad, con sus sirenas opcionales y sus matrículas que gritan «soy importante». La DGT, con esa coherencia que la caracteriza, nos vende la moto (o el coche compartido) de la sostenibilidad, pero se olvida de mirar su propio garaje. ¿Contaminación? ¿Atascos? Eso es cosa tuya, ciudadano de a pie. Ellos tienen reuniones urgentes que atender… o un pincho de tortilla que probar en la otra punta de la ciudad.
En fin, preparad vuestros copilotos, que la DGT viene con el boli en la mano y ganas de reírse en nuestra cara. Eso sí, si algún día vemos a un ministro compartiendo su Audi oficial con el becario, prometo aplaudir. Pero no contengáis la respiración, que el oxígeno ya está bastante caro.