Si hay algo que debería molestar a todos los pobres saqueados por el estado español, es que los distintos estamentos del estado se echen los trastos a la cabeza como si unos fueran mejores que otros, cuando sabemos que todos viven amamantados de la misma teta que es esquilmar una gran parte de lo que tanto le cuesta ganar a la gente.
Y es que, formando todos parte del misma negociado, resulta hasta ridículo verles enfrentarse en público, mientras por detrás son personajes absolutamente lamentables que serían incapaces de generar riquezas por ellos mismos, aunque vivieran mil vidas.
Uno de ellos es el «anti-todo», pero que vive de todo de lo que es «anti» llamado Gabriel Rufián. Ya no somos ni capaces de recordar cuanto tiempo hace que se debería haber ido del Congreso de los Diputados, tal y como prometió en su momento, pero cada día está más claro que de ahí no se va a ir voluntariamente, ni aunque se le echara aceite hirviendo.
El papel que le toca interpretar a Rufián, desde el primer día, es el de ir de republicano e independentista, a la vez que no tiene problema en vivir de la monarquía del estado que se quiere independizar. Y cada día está más claro el papel que le toca interpretar, puesto que este sistema, este estado, necesita de gente como rufián para perpetuarse por los siglos de los siglos. ¿Qué iba a hacer este sistema sin «enemigos» que viven de él como Rufián?
El caso es que, tras la patética intervención de Letizio ayer, a Rufián le tocaba agitar el avispero del republicanismo y de la falta de vivienda, promovida por el mismo gobierno al que él mismo apoya, ¡dense cuenta del papelón!
Y lo hace utilizando una imagen del Palacio Real durante la intervención de Letizio y diciendo: «…quiero hablar del drama de la vivienda…»
El problema es que el pobre cada vez tiene menos recursos mentales y cada vez que intenta ir de «graciosillo» sale trasquilado.