Érase una vez, en la España de 2017, un Peugeot 407 diésel, humilde pero con más kilómetros que un taxista en hora punta, que se convirtió en el carruaje de cuatro caballeros con un sueño: conquistar el poder, o al menos, no quedarse sin gasolina en el intento. Al volante, Pedro Sánchez, un hombre con más carisma que un vendedor de crecepelo, dispuesto a reconquistar el PSOE a base de selfies y promesas. A su lado, tres compañeros de aventura que parecían sacados de una comedia de enredos: José Luis Ábalos, Santos Cerdán y Koldo García.
Ábalos, conocido en los círculos más oscuros como “el putero cualificado”, iba en el asiento del copiloto, con una agenda de contactos más extensa que el listín telefónico de los 90. “Pedro, para un momento en esa gasolinera, que he quedado con una amiga que me debe un favor”, decía mientras ajustaba su corbata con un aire de galán de barrio. Pedro, concentrado en el GPS, le respondía: “José Luis, que estamos en una misión seria, no en un capítulo de ‘Cincuenta sombras de Ábalos’”.
En el asiento trasero, Santos Cerdán, el electricista del grupo, intentaba enchufar su cargador del móvil a un mechero que no funcionaba desde 2005. “¡Esto es un desastre! ¿Cómo vamos a liderar un país si no podemos ni cargar un teléfono?”, gruñía mientras manipulaba los cables con la destreza de un manitas de pueblo. Santos, además, era el cerebro logístico, el que había convencido a Koldo para unirse al equipo. “Tranquilo, Santos, que con Koldo aquí, no nos falta energía”, bromeaba Pedro.
Y hablando de Koldo García, el portero de puticlub reconvertido en chófer, guardaespaldas y “hombre para todo”, ocupaba el otro asiento trasero con la presencia imponente de un armario ropero. Koldo, que había trabajado en el Rosalex de Pamplona, tenía más historias que un cuentacuentos en una feria. “En mis tiempos de portero, si alguien se pasaba de listo, le daba un repaso que ni el mejor electricista podía arreglar”, decía con una risa que resonaba en el coche. Pedro, mirando por el retrovisor, le contestaba: “Koldo, aquí el único que va a dar repasos soy yo, pero en las primarias, ¿eh?”.
El viaje no estuvo exento de percances. En un tramo por la cornisa cantábrica, el Peugeot empezó a hacer ruidos extraños. “Eso suena a que se nos ha ido un amortiguador”, diagnosticó Santos, que de mecánica sabía lo justo para cambiar una bombilla. Ábalos, siempre práctico, propuso: “Llamemos a una de mis amigas, seguro que conoce a un mecánico que nos hace un descuento”. Koldo, sin embargo, bajó del coche, abrió el capó y, con la misma energía que usaba para lanzar hachas en sus días de aizkolari, dio un golpe seco al motor. Milagrosamente, el coche volvió a rugir. “Problema resuelto, jefe”, dijo Koldo, subiendo de nuevo al vehículo con una sonrisa de satisfacción.
Mientras avanzaban por carreteras secundarias, el ambiente en el Peugeot se llenaba de anécdotas. Ábalos confesó que una vez había pagado una factura de hotel con billetes pequeños que le sobraron de un “encuentro de negocios”. Santos, por su parte, recordaba cómo había conectado a Koldo con Ábalos en un bar de Pamplona, pensando que serían el tándem perfecto para “iluminar” el partido. Y Koldo, fiel a su estilo, narraba cómo había custodiado los avales de las primarias de Pedro con tanto celo que durmió abrazado a las urnas, “por si las moscas”.
Al final del viaje, cuando llegaron a su destino, Pedro se bajó del coche, se ajustó la chaqueta y dijo: “Caballeros, hemos sobrevivido a este Peugeot y a nosotros mismos. Ahora, a por el PSOE”. Lo que no sabían era que, años después, ese viaje se convertiría en leyenda, pero no por las razones que ellos esperaban. La “Banda del Peugeot” pasó a la historia, no por su épica reconquista, sino por los escándalos que les perseguirían: mascarillas, contratos dudosos y algún que otro titular que haría sonrojar hasta al mismísimo coche.
Y colorín colorado, este cuento, aunque humorístico, tiene un fondo de verdad que no se ha acabado. Porque, como dicen en las carreteras de España, el Peugeot puede estar parado, pero las historias de esta banda… ¡siguen rodando!