La DGT obliga a llevar baliza V16 en vez del triángulo de toda la vida porque, según dicen, “es más segura” y “te geolocaliza para que te rescaten antes”. Y ahí está él. Nuestro héroe. El comprador medio de la baliza V16. Un espécimen en peligro de extinción… o más bien en peligro de extinción ajena, porque él no piensa pillar ni un resfriado común.
Se llama, pongamos, Eusebio “Euse” Sánchez, 48 años, administrativo en un organismo público que lleva desde 2020 en remoto “por prudencia”. Tiene ya seis dosis de la vacuna COVID (cinco oficiales + una “de repesca” que se puso “por si acaso” en una farmacia de un pueblo de Cuenca). Cuando le preguntas cuántas son necesarias, responde muy serio: “Las que hagan falta, que esto no ha terminado, ¿eh? Mira Ómicron, luego Kraken, luego Eris… la siguiente será Godzilla y me pilla desprevenido”.
Conduce un Dacia Sandero del 2018 que desinfecta cada vez que sube con gel hidroalcohólico de litro (lo lleva en la guantera junto a 47 mascarillas FFP2 de repuesto). Sí, se pone mascarilla para ir solo en el coche. “Es que el aire recircula, y nunca se sabe”. Si le dices que está solo, te mira como si fueras un negacionista de Terraza de bar y te suelta: “¿Y el virus que dejé ayer en el volante? ¿Ese no cuenta?”.
En el móvil tiene instaladas 19 apps de rastreo: la del COVID, la de la gripe, la del mosquito tigre, la del polen, la de la radiación solar y una china rarísima que le avisa si hay “patógenos emergentes” a menos de 300 km. Cada notificación push le provoca un microinfarto seguido de una rociada de gel en las manos.
En el maletero, junto a la baliza V16 nuevecita (que compró el primer día que salió, haciendo cola en Norauto a las 7:30 de la mañana), lleva:
Dos cajas de test de antígenos caducados desde 2023 “por si vuelven”.
Un paquete de 200 mascarillas quirúrgicas “para regalar a los irresponsables”.
Un cartelito casero que dice “DISTANCIA DE SEGURIDAD 2 METROS, GRACIAS”.
Y un altavoz Bluetooth por si hay que volver a salir al balcón a las 8.
Porque sí, él todavía sale a aplaudir a las ocho. Todos los días. A veces solo, otras con la vecina del quinto que también es de la cofradía. Pone “Resistiré” del Dúo Dinámico a todo volumen y llora un poquito. “Es por los sanitarios… y por la emoción”, dice mientras agita una sartén y una cuchara de madera.
Está convencidísimo de que la gripe aviar viene ya en camino. Ha leído en un grupo de WhatsApp que “los patos del Retiro están tosiendo raro” y ya ha comprado Tamiflu en el mercado negro (porque en la farmacia “se lo quedan los de siempre”). Se pasa el día mirando al cielo por si ve bandadas sospechosas. El otro día vio una paloma y casi llama al 112.
Y no hablemos del jabalí de la gripe porcina. Está obsesionado. “¿Qué bocadillo llevaría ese jabalí? ¿De chopped con mayonesa caducada? ¿De lomo con pimientos del piquillo fuera de temporada?”. Ha creado un hilo en Facebook de 47 comentarios analizando posibilidades. Su teoría favorita: “Seguro que fue un bocata de tortilla con cebolla poco hecha. La cebolla cruda es un foco”.
Come sólo cosas hiperprocesadas “porque los virus no entran en las fábricas ultralimpias”. Su nevera parece el lineal de Mercadona en enero de 2021: bricks de caldo, latas de atún y 27 paquetes de jamón york envasado al vacío “porque el del charcutero lo toca todo el mundo”.
En resumen: el comprador típico de la baliza V16 no la lleva por si pincha, la lleva por si se para en la cuneta y viene un coche de antivacunas tosiendo sin mascarilla. Porque él no piensa arriesgarse. Lleva tres años preparándose para el apocalipsis vírico… y mientras tanto, la baliza V16 parpadea tranquila en el maletero, pensando: “Tranquilo, Euse, que lo tuyo no lo cubre ni el seguro a todo riesgo”.







































