Queridos contribuyentes, agarraos los bolsillos porque hoy vamos a hablar de la última tragicomedia del gobierno de Pedro Sánchez, ese gran ilusionista del BOE que convierte tu sueldo en confeti para sus amigos. Resulta que ahora están lloriqueando como plañideras porque Donald Trump, con su tupé naranja y su amor por los aranceles, ha decidido ponerle un sobrecoste a los jamones ibéricos y al aceite de oliva que exportamos a los yanquis. “¡Injusticia! ¡Ataque a nuestra soberanía gastronómica!”, claman desde Moncloa, mientras se secan las lágrimas con billetes de 500 que pagamos tú y yo. Pero, amigos, permitidme un momento de reflexión sarcástica: ¿de verdad tienen los santos bemoles de quejarse por unos aranceles cuando aquí nos están desollando vivos con un sistema impositivo que parece diseñado por el mismísimo Barba Azul?
Empecemos por el IVA, ese impuesto vampírico que te chupa el 21% de cada compra como si fueras un donante involuntario del Estado. ¿Te compras un café? Zas, IVA. ¿Un coche? Zas, IVA. ¿Un paquete de churros para sobrevivir el lunes? Zas, IVA otra vez. Es como si Sánchez hubiera puesto un peaje en cada respiración, pero con menos glamour y más cara de “esto es por tu bien”. Luego llega el IRPF, el Robin Hood al revés que te quita la mitad de tu sueldo para dárselo a proyectos tan esenciales como renombrar calles o financiar ministerios que nadie sabe para qué sirven. ¿Y qué me decís de la Declaración de la Renta? Esa cita anual en la que te sientas frente al ordenador, sudando, mientras intentas descifrar si ese recibo del fontanero te lo puedes desgravar o si Hacienda te va a mandar al banquillo por “delincuente fiscal”. Es como un Escape Room, pero sin premio y con multas.
No contentos con eso, tenemos el IBI, ese tributo medieval que te castiga por el delito de tener un tejado sobre tu cabeza. “¿Tienes una casa? ¡Paga, plebeyo!”. Y si encima tienes un coche, prepárate para el impuesto de circulación, el de matriculación, el de hidrocarburos cada vez que llenas el depósito… Vamos, que entre el gobierno de Sánchez y los aranceles de Trump, la diferencia es que Trump te cobra por exportar y Sánchez te cobra por existir.
Pero lo más hilarante es ver a nuestro presi y su corte de ministros poniendo el grito en el cielo por los aranceles, como si fueran víctimas de una conspiración internacional, cuando aquí llevamos años siendo los cerditos del cuento, engordados para el festín fiscal. “¡Trump nos arruina!”, dicen, mientras aprueban subidas de impuestos en cada Consejo de Ministros como quien pide otra ronda de cañas. ¿Qué son unos aranceles del 10% o 20% comparados con el 50% de tu nómina que se evapora antes de que te dé tiempo a decir “plusvalía”? Si esto fuera una competición de saqueo, Sánchez le daría a Trump una paliza y luego le cobraría un impuesto por participar.
Así que, queridos españoles, la próxima vez que veáis a Sánchez señalando al malvado Trump con su dedo acusador, recordad: los aranceles son un piquito de mosquito comparados con el atraco a mano armada que sufrimos cada mes. Al menos Trump tiene la decencia de cobrarte desde lejos; Sánchez te sonríe mientras te mete la mano en la cartera y te dice que es “progresista”. ¡Viva la comedia fiscal! Y ahora, si me disculpáis, voy a vender mi riñón para pagar el recibo de la luz. Total, con lo que me queda después de impuestos, tampoco lo necesito.