Este 20 de noviembre de 2025 se cumplen exactamente 50 años de aquella mañana en que Franco, según la versión oficial, decidió que ya había tenido suficiente y se fue al otro barrio (o al juicio histórico, según a quién le preguntes). Cincuenta añitos. Medio siglo. El tiempo que tarda un community manager en hacerse influencer o que un Gobierno progre en exhumar a un hombre… y acabar dándole más publicidad que a Bad Bunny en Spotify.
Porque, queridos amigos, Pedro Sánchez llegó a La Moncloa con una misión sagrada: convertir a Franco en el Voldemort español. «¡Que nadie pronuncie su nombre!». Ley de Memoria Democrática, exhumación del Valle de los Caídos en prime time, retirada de escudos, calles, placas… Todo un plan maestro para que las nuevas generaciones dijeran «¿Franco? ¿Ese era un DJ de los 70 o qué?».
Ahora mismo, en TikTok, Instagram y hasta en los grupos de WhatsApp de clase de 2º de la ESO, hay chavales de 16 años que saben más de la presa de El Atazar, el pantano de Alcántara, los 300.000 pisos de protección oficial del Instituto Nacional de la Vivienda y el milagro económico del 59-75 que cualquier catedrático de los 90. Y no porque les obliguen en el instituto (allí Franco sigue siendo básicamente «el malo de Star Wars pero en sepia»), sino porque cada vez que el Gobierno saca una ley, un tuit o un vídeo de Moncloa con música épica de fondo diciendo «¡Nunca más el franquismo!», los chavales hacen lo que cualquier adolescente hace cuando un adulto les prohíbe algo: ir corriendo a Google.
Resultado:
- Hay cuentas de memes que comparan las autopistas de Franco con las radiales de Aznar… y adivinen quién sale ganando.
- En YouTube, canales de historia que antes tenían 3.000 suscriptores ahora superan el millón hablando del «desarrollismo» y del «milagro español» mientras ponen de fondo «Suspiros de España» en versión heavy metal.
- Hasta hay camisetas de «Franco 100% desarrollista» vendiéndose en Wallapop (sí, las mismas que el Ministerio del Interior dice que va a perseguir… lo que, obviamente, multiplica las ventas por diez).
Es el clásico efecto Streisand versión necrológica: cuanto más intentas esconder algo, más gente va a buscarlo. Sánchez se ha convertido en el mejor community manager que Franco jamás soñó tener. Gratuito, además. Ni paga a nadie.
Imagínense la escena:
—Oye Paco, ¿tú pagaste campaña en TikTok? —No, hombre, es ese tal Sánchez… cada vez que abre la boca me suben 50.000 seguidores nuevos.
Y lo más gracioso: los chavales que ahora admiran a Franco no son exactamente los de las juventudes de Vox con la bandera preconstitucional. No. Son muchos chavales de izquierda decepcionados con el precio de la luz, los alquileres y los 30 años para emanciparse que, al comparar datos, dicen: «Espera, espera… ¿entonces en los 60 la gente pasaba de tener burros a tener SEAT 600 en un año y ahora con el PSOE llevo cinco esperando el AVE a mi pueblo?».
Es lo que tiene demonizar a alguien sin ofrecer alternativa real: que la gente empieza a mirar el pasado con nostalgia de Instagram («qué bonito todo en blanco y negro y con crecimiento del 7% anual»).
En resumen: Pedro Sánchez quería un país que olvidara a Franco y se ha encontrado con una generación que, gracias a él, lo está redescubriendo… y encima le cae simpático. Si esto no es la broma histórica del año, que baje Franco y lo vea. Ah, espera, que gracias al presidente ya casi está bajando del todo… pero esta vez en forma de tendencia en redes.
Enhorabuena, Pedro. Misión cumplida: Franco nunca había estado tan vivo desde 1975. Y todo gratis. Ni Adolfo Suárez lo resucitó tan bien.






































