En un giro digno de una comedia de Almodóvar, el Gobierno de España –ese paladín de la transición ecológica, el que nos vende paneles solares como si fueran churros– se encuentra ahora barajando un «potencial agujero» de más de 2.000 millones de euros para las arcas del Estado. ¿La causa? Una estrategia maestra de no pagar las compensaciones que les deben a inversores extranjeros por el recorte a las renovables. Porque, claro, ¿quién necesita honrar compromisos internacionales cuando puedes acumular intereses como si fueran puntos en un programa de fidelidad de supermercado?
Allá por 2013, bajo el mandato del ilustre Mariano Rajoy (ese visionario que recortó primas a las renovables como quien poda un bonsái con una motosierra), España invitó a inversores de todo el mundo a poner su dinero en eólicas y solares con promesas de jugosos retornos. «¡Venid, inversores! ¡Aquí hay sol para todos!», gritaban desde Moncloa. Pero luego, ¡zas! Recortes retroactivos, y los inversores se sintieron como el novio plantado en el altar. ¿Resultado? Casi una treintena de arbitrajes internacionales, donde tribunales como el CIADI (el árbitro supremo de las disputas energéticas) han fallado en contra de España una y otra vez, condenándonos a pagar indemnizaciones que ya superan los 1.400 millones de euros en laudos impagados.
Con 26 condenas firmes, España se ha convertido en el país con más deudas arbitrales del mundo, adelantando incluso a Venezuela en el ranking de morosos internacionales. ¡Bravo! ¿Quién dijo que no podíamos competir en ligas mayores?
¡Pero no se vayan todavía, aún hay más! La genial estrategia gubernamental de «no pagar y acumular» ha convertido esto en una gran bola de nieve. Intereses que crecen como levadura en un horno, gastos en abogados que podrían financiar una flota de yates para la jet set, y ahora, la Justicia de EE.UU. poniéndonos contra las cuerdas como un boxeador furioso. En agosto de 2025, tribunales estadounidenses han tumbado intentos desesperados de España para evitar pagar 200 millones más, autorizando embargos y confirmando laudos que elevan la deuda total a casi 1.870 millones.
Es como si el Tío Sam, harto de nuestras excusas, hubiera dicho: «¡Paga, España, o te embargamos hasta el último toro de Osborne!». Y no es broma: inversores han identificado 400 activos españoles en EE.UU. listos para ser incautados, desde propiedades hasta cuentas bancarias.
¿Imaginas a la embajada española en Washington vendiendo souvenirs para saldar deudas? Mientras tanto, el Gobierno celebra «victorias» pírricas, como pagar por primera vez en junio de 2025 una indemnización de 32 millones a un fondo buitre (¡aleluya!), o ganar algún arbitraje aislado contra reclamaciones de 72 millones.
Pero vamos, eso es como ganar un partido de fútbol en la tanda de penaltis después de haber perdido la liga entera. España ha neutralizado el 99% de las reclamaciones multimillonarias, dice algún optimista en Moncloa, pero acumula condenas por 740 millones y litigios por otros 8.100 millones desde 2019.
¿Transición ecológica? Más bien transición a la bancarrota. Y Bruselas, esa madre estricta, exime a España de pagar algunos laudos porque los considera «ayudas de estado» ilegales, pero eso no detiene la hemorragia.
En las redes, la gente se ríe (o llora): posts sobre embargos en Reino Unido, amenazas del Departamento de Estado de EE.UU., y España como «el sueño solar convertido en pesadilla legal».
Uno hasta compara al Estado con un moroso crónico que suma el 26% de los incumplimientos mundiales.
¡Qué orgullo patrio! Mientras Sánchez posa en cumbres climáticas prometiendo un futuro verde, los inversores extranjeros huyen como de la peste, pensando: «¿Invertir en España? Mejor en un casino de Las Vegas, al menos ahí las reglas no cambian a mitad de partida».
En resumen, queridos contribuyentes, prepárense para rascarse el bolsillo. Este «agujero» no es un bache, es un cráter lunar causado por una mezcla tóxica de populismo, recortes miopes y una alergia crónica a pagar facturas. ¿Solución? Quizás subastar el Palacio de la Moncloa en eBay para saldar deudas. O mejor: ¡instalar paneles solares en el Congreso para generar energía… y algo de sentido común! Porque si seguimos así, la única «renovable» será nuestra capacidad para generar escándalos. ¡Viva España, la campeona mundial de los laudos impagados!