Érase una vez, en un país muy muy lejano de la racionalidad, había un lobo fuerte, fiero y tremendamente hambriento que se llamaba Fiscal. Debido a su insaciable apetito, Fiscal se comía a todos los animalitos que se le ponían por delante. Cervatillos, conejos, pequeños e indefensos corderitos, que eran su manjar favorito. Muchas de las veces en las que Fiscal cazaba a alguno de los indefensos animalitos lo hacía cumpliendo órdenes del macho alfa de su manada: un tremendo lobo llamado Presidente. Cuando tenía que cumplir esas órdenes, Fiscal se comía a sus presas solo por gula, por vicio, sin ningún tipo de apetito.
Pero un día, cuando Fiscal procedía a cazar a una de sus piezas, se encontró con que su estrategia falló. Fiscal, ante su desenfrenada voracidad, pensó que esa pieza iba a resultarle una presa igual de fácil que el resto, pero se equivocó. Era un pequeño zorro protegido por el macho alfa de otra manada de lobos que intentaba hacerse con el territorio dirigido por Presidente. Y fue tan grande el fallo que tuvo unas graves consecuencias para Fiscal ya que se destrozó sus colmillos, las armas que le convertían en invencible.
Ahora, con la parte más importante de su dentadura destrozada, Fiscal no puede cazar de la misma forma y lo que es peor, ya no es uno de los favoritos de Presidente, se siente desplazado y podría incluso llegar a pasar hambre. Y por si esto fuera poco, Fiscal ya ha sido identificado por los corderos. Cada vez que se encuentran con Fiscal, huyen y la gran mayoría incluso se ríe de él, por lo que Fiscal se siente humillado, abatido y al no estar tan protegido como antes por Presidente, ha llegado a decir que se siente muy perseguido por esos corderos con los que antes se daba festines diarios.
Moraleja: por muy favorito que seas de Presidente siempre te podrá poner como cebo para que los corderos, que siempre son más, nunca le persigan a él. No pretendas nunca dar pena a los que siempre han sido tus presas.