Mientras el mundo se tambalea entre crisis, guerras y memes en X, el Vaticano ha decidido mantenerse fiel a su misión de ser el faro moral de la distópica —y falsaria— Agenda 2030. Y no, no estamos hablando de un Papa cualquiera: el flamante León XIV, sucesor del difunto Francisco, ha subido la apuesta ecológica con un espectáculo que ni Al Gore en sus mejores días. ¿La hazaña? Bendecir un bloque de hielo en plena Plaza de San Pedro para gritarle al mundo: «¡El cambio climático no es un chiste, herejes!».
El pasado 30 de septiembre, con el sol otoñal calentando los adoquines vaticanos, León XIV protagonizó un momento digno de un sketch de José Mota. Armado con su báculo y un fervor digno de Greta Thunberg, el Sumo Pontífice roció agua bendita sobre un bloque de hielo de dos metros, traído directamente de los Alpes (porque, claro, los glaciares están de liquidación). «Este hielo es un símbolo de nuestra fragilidad, de nuestra casa común que se derrite mientras debatimos en Twitter», proclamó, con una solemnidad que casi hace olvidar que el hielo se estaba convirtiendo en un charco bajo el sol romano.
La performance, que algunos en X calificaron como «el TikTok más caro de la historia», marcó el décimo aniversario de la encíclica Laudato Si’ de Francisco, ese manifiesto verde que convirtió al Vaticano en el inesperado influencer de la sostenibilidad. León XIV, que parece haber heredado el manual de márketing de su predecesor, no se anduvo con rodeos: «Aumentaremos la esperanza exigiendo que los líderes actúen con valentía, no con demora. ¡Basta de negacionismos!». Y ahí, amigos, fue cuando los usuarios de X comenzaron a dividir sus opiniones entre emojis de palmas y memes de «el Papa vs. el calentamiento global».
León XIV, con ese carisma que mezcla teología con activismo de Instagram, aprovechó el evento para lanzar un dardo a los negacionistas del cambio climático. «No es una opinión, es ciencia», dijo, mirando de reojo a ciertos líderes mundiales que aún piensan que el calentamiento global es una conspiración de los fabricantes de paneles solares. Su mensaje fue claro: la Agenda 2030, con sus 17 objetivos de desarrollo sostenible, es la hoja de ruta, y el Vaticano no piensa bajarse del tren verde, aunque algunos lo acusen de ser un vagón de lujo en una vía llena de contradicciones.
El Papa también puso el foco en la próxima conferencia climática de la ONU, la COP30, que se celebrará en 2026 en Belém, Brasil. «Espero que los líderes escuchen el grito de la Tierra y de los pobres», afirmó, mientras los activistas presentes —un mix de monjas con pancartas y ecologistas con camisetas de cáñamo— aplaudían como si estuvieran en un concierto de Coldplay.
Pero León XIV no se quedó solo en el hielo. En un malabarismo ético que dejó a más de uno rascándose la cabeza, el Papa también tocó temas candentes como el aborto y la inmigración. «Respetemos la vida, respetemos al otro, incluso en el desacuerdo», dijo, intentando tender puentes en debates que suelen parecer más un campo de minas. Su mensaje fue un guiño a la doctrina católica clásica, pero con un envoltorio progresista que no termina de convencer a los ultras de ambos bandos.
La Agenda 2030, con su promesa de un mundo más verde, igualitario y sostenible, sigue siendo un farol para los críticos, que la ven como una utopía burocrática impulsada por élites globales. Que el Vaticano, con sus muros dorados y su historial de opulencia, se haya subido al carro no ayuda a disipar las sospechas. ¿Un Papa bendiciendo hielo mientras el mundo se quema? Esto es puro teatro.
Mientras el hielo se derretía en San Pedro, León XIV cerró el evento con una plegaria por «los líderes que dudan y los pueblos que sufren». Pero en el fondo, uno no puede evitar preguntarse: ¿es esta la revolución verde que el planeta necesita o solo un espectáculo más en el circo de la Agenda 2030? Por ahora, el Vaticano sigue en su cruzada ecológica, y León XIV, con su cubito bendito, parece dispuesto a liderarla con estilo.