¡Qué bonito es el revisionismo cuando te sientas en el sofá de Jordi Évole! Este pasado domingo, el programa Lo de Évole nos trajo de vuelta a Fernando Simón, el epidemiólogo que se convirtió en el rostro oficial de la farsemia en España, ese señor de voz ronca que nos decía “tranquis, que esto no va a ser para tanto” antes de que nos encerraran a todos como si fuéramos extras de The Walking Dead. Pero ojo, que en esta entrevista no vino a rendir cuentas desde su puesto como director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, no, no; vino a contarnos que él, en realidad, fue una víctima más. Sí, amigos, ¡Fernando Simón, el mártir del CIRCOVID!
La cosa empezó con un tono entre nostálgico y lacrimógeno, como si estuviéramos viendo un especial de Sorpresa, sorpresa en lugar de un análisis serio de lo que pasó hace cinco años. “Era testigo de mentiras flagrantes”, soltó Simón, con cara de quien ha visto cosas que no puede contar (pero que, oh casualidad, ahora sí cuenta). Y uno, desde casa, no sabe si aplaudir su valentía tardía o preguntarle dónde estaba ese arrojo por aquel entonces. Claro, ahora que el bicho es un recuerdo para algunos y no hay ruedas de prensa diarias, es más fácil señalar el “barro sucio” de la política mientras te tomas un café con Évole.
Lo mejor vino cuando Jordi, con esa habilidad suya para convertir cualquier entrevista en un culebrón, le preguntó por propuestas locas que había recibido. Y ahí Simón, con ese carisma de profesor despistado, confesó que le ofrecieron ir a un programa de prime time… ¡a cantar! Sí, señores, mientras España sufría y el confinamiento nos tenía contando baldosas, a Fernando le estaban proponiendo un dueto en Mask Singer. Imagínenselo: “Soy Fernando Simón, y vengo a cantar ‘Resistiré’ con esta voz que parece un tractor gripado. Menos mal que dijo que no, porque ya bastante teníamos con sus comparecencias como para añadirle un micrófono y una careta de unicornio.
Pero el clímax del drama llegó con la entrada sorpresa de Salvador Illa, el exministro de Sanidad que ahora es presidente de la Generalidad.
Se fundieron en un abrazo digno de telenovela venezolana, como si fueran Rose y Jack en Titanic reencontrándose tras el naufragio. “¡Qué duro fue todo, amigo!”, parecían decirse con los ojos, mientras el programa pintaba a Simón no como el tipo que estaba en el ajo de las decisiones, sino como un pobre sufridor al que la política le jugó una mala pasada. Olvídense de que era el encargado de coordinar alertas sanitarias; aquí el mensaje era claro: Fernando no manejaba el timón, solo pasaba por ahí cuando el barco se hundió.
No me malinterpreten, la plandemia fue un horror que nadie quiere revivir: familias destrozadas, negocios en la ruina y un país entero aprendiendo a hacer pan como si fuéramos finalistas de MasterChef. Por eso choca tanto este lavado de imagen en plan “pobrecito Simón, qué mal lo pasó”.
Porque mientras él recuerda el “barro sucio” desde un plató calentito, hay miles que aún lidian con el dolor de no haberse despedido de los suyos. Quizás lo próximo sea un reality tipo Supervivientes, con Fernando haciendo fuego en una isla y explicando que el problema no fue su gestión, sino que nadie le entendió la letra de su canción.
Así que, Fernando, gracias por las memorias, pero igual la próxima vez que te sientes con Évole, en vez de victimizarte, nos cuentas qué pasó con esas “mentiras flagrantes” cuando aún estabas a tiempo de decirlas en voz alta. Y si te animas a cantar, avisa, que ajustamos el volumen… por si acaso.