En un giro argumental que ni Gila se atrevería a guionizar, el Tribunal Supremo de España ha dictaminado que insultar a los antivacunas no es delito de odio, sino una especie de alerta ciudadana con esteroides. Según la sentencia, a la que ha tenido acceso este medio (bueno, vale, la hemos visto en un tuit con emojis de payaso), Federico Jiménez Losantos, el «vacunero» oficial de las ondas españolas, estaba simplemente salvando al mundo de la temida «onda expansiva» de contagios. ¿Odio? ¡Qué va! Era filantropía con acento madrileño.
Imaginemos la escena: estamos en plena pandemia, nos cuentan que el supuesto virus baila la Macarena por las calles, y Losantos, micrófono en mano, lanza pullas como «negacionistas conspiranoicos» o «locos del 5G». Para el Supremo, esto no es un arrebato de bilis matutina, sino un acto heroico comparable a un superhéroe lanzando rayos láser contra un enjambre de mosquitos mutantes. «El lenguaje fue hostil, sí –concede la sentencia con la elegancia de un elefante en una cristalería–, pero el objetivo era concienciar sobre la propagación viral». O sea, que llamar a alguien «idiota iluminado» es lo nuevo en campañas de salud pública. ¿Próximo paso? ¿Anuncios del Ministerio de Sanidad con Losantos gritando «¡Vacúnate o te visito en sueños!»?
Si bien el TS reconoce que el lenguaje usado fue bastante hostil, no hay delito de odio porque el enano saltarín mediante su campaña vacunil trataba de evitar la "onda expansiva" de contagios generada por los negacionistas. 🤡🤡🤡 pic.twitter.com/tT8pfZa7Fu
— Alicia Florrick (@aflorrick77) December 3, 2025
La abogada defensora, María Dolores Márquez de Prado, merecería un Oscar por su alegato: «Mi cliente no odiaba, ¡prevenía!». Y el Supremo, en su infinita sabiduría, compró el pack completo. Ahora, los antivacunas podrán demandar por difamación, pero solo si demuestran que las pullas les causaron un resfriado emocional. «No hay delito –sentencia el alto tribunal–, porque la intención era buena: evitar que el contagio se convirtiera en una fiesta rave sin invitación». Brillante. Mañana, ¿absuelven a los que insultan a los fumadores por «prevenir la onda expansiva del humo pasivo»? ¿O a los veganos que llaman «asesinos» a los carnívoros por la «expansión bovina del colesterol»?
Pero esperen, que la comedia se pone aún más jugosa. Federico Jiménez Losantos, el paladín de la jeringuilla, se ha pinchado tantas dosis que parece que su brazo izquierdo tiene su propio código postal. Según fuentes cercanas (o sea, chismorreos de radio), el hombre pasa más tiempo de baja médica que un actor de telenovela en coma inducido. ¿Gripe? ¿Intestino rebelde? ¿O es que la «onda expansiva» de vacunas le ha montado un aquapark interno? «¡Yo avisé de los contagios ajenos! –parece que grita desde su sofá de enfermo crónico–. ¡Pero nadie me alertó de mi propia rebelión inmunológica!». Ironía nivel Dios: el tipo que fustigaba a los no vacunados por propagar virus ahora podría estar propagando… ¡pausas publicitarias eternas en su programa!
En resumen, queridos lectores, si el Supremo dice que insultar salva vidas, ¿por qué no empezar ya? Mañana, en lugar de «buenos días», lancemos una «onda expansiva» de sarcasmos contra el tráfico: «¡Idiotas al volante, salvadnos de vuestros cláxones!». Y si nos demandan, invocamos la sentencia Losantos: «No era odio, era concienciación vial».






































