Corría el año 2017. España vivía las primarias del PSOE más emocionantes desde que Susana Díaz se peinaba con tenacilla y rímel de guerra. Pedro Sánchez, aún en modo “resucitado político”, necesitaba hacer campaña exprés. ¿Qué mejor que un humilde Peugeot familiar para recorrer la geografía patria como los apóstoles del socialismo renovado o renovao?
En el coche iban cuatro mosqueteros:
- Pedro Sánchez, conductor designado (porque era su resurrección y él ponía el GPS).
- José Luis Ábalos, copiloto oficial, encargado de la música (mucho “Resistiré” y poco “Y yo sigo aquí”).
- Santos Cerdán, en el asiento trasero central, el que sufre con las rodillas del de al lado.
- Koldo García, ocupando el sitio del maletero humano, porque era grande como un armario y además llevaba las mascarillas… digo, las maletas.
Ellos cuatro, apretujaos como en un vagón de Cercanías en hora punta, iban cantando “¡Pedro, Pedro, Pedro, Pedro Pe!” y soñando con un futuro lleno de escaños, abrazos y, sobre todo, lealtad inquebrantable.
Ocho años después, el Peugeot ya está en el desguace (literal y metafórico) y la cosa ha cambiado un poquito:
- Koldo García → en la trena.
- Santos Cerdán → ha hecho turismo penitenciario y ahora está en libertad provisional, como quien dice “ya he visto mundo”.
- José Luis Ábalos → hoy mismo le han metido en el talego. Dice que está “sereno”. Claro, en la celda no hay ni una sola pregunta incómoda de la prensa.
- Pedro Sánchez → sigue en Moncloa, desayunando café con leche y mirando por la ventana como quien contempla un jardín zen mientras afuera arde Troya.
La pregunta del millón (o de los 50 millones de euros en comisiones, quién sabe): ¿qué demonios pasa aquí?
Escenario A (el oficial): Pedro Sánchez es el hombre más ingenuo de la historia de España desde Boabdil el Chico. Viajó 30.000 kilómetros en un Peugeot con tres señores que, según parece, llevaban en el maletero una imprenta de billetes y un máster en adjudicaciones express, y él no se enteró de nada. Ni un olor raro, ni una llamada sospechosa, ni un “oye Pedro, ¿tú crees que esto de las mascarillas infladas es muy ético?”. Nada. El tipo iba en su burbuja de Spotify y pensamiento positivo.
Escenario B (el que susurran en los bares): Pedro es el Leonardo DiCaprio de “Atrápame si puedes”, pero versión Falcon y “yo no sabía que Ábalos tenía una novia que vivía en un ático de 300 metros en Valencia”. O sea, sabe más que Buda, pero disimula mejor que Belén Esteban cuando le preguntan por los impuestos.
Escenario C (el realista): En España hay una tradición ancestral que se llama “hasta que no te pilla la UCO, todo es legal”. Y Pedro, como buen político español, aplica la regla de oro: “Si no lo veo, no existe”. Es como cuando tu compañero de piso deja los platos tres semanas en el fregadero: mientras no abras los ojos, técicamente está limpio.
Total, que el Peugeot aquel terminó siendo el coche escoba de la política española: recogió a tres pasajeros y los fue dejando en distintas prisiones de pago. El conductor, sin embargo, llegó hasta la meta final: Moncloa, con aire acondicionado, catering y derecho a indulto (propio).
Moraleja: si algún día te ofrecen ir de campaña en un utilitario con Pedro Sánchez, pídele sitio en el maletero… pero asegúrate de que no lleve mascarillas chinas. O peor aún: llévate tu propio coche. Uno blindado. Y con cámara interior.
Porque en este país, amigos, la inocencia es como el depósito de aquel Peugeot: se vacía mucho antes de llegar a destino. Y el que conduce… siempre llega a casa.






































