Ese glorioso circo digital donde todos somos gladiadores armados con emojis y faltas de ortografía está también lleno de discuciones. Pero espera un segundo, valiente guerrero del teclado: ¿y si el trol que te acaba de llamar «idiota» no es un vecino envidioso, sino un pobre bot chino trabajando turnos de 24/7 por 300 euros al mes? Sí, has leído bien. Gracias a un post de la escritora Lucía Etxebarria hemos descubierto el «nido de bots» definitivo: una habitación que parece el sótano de un villano de película de espías, pero en versión low-cost. Imagínate: estanterías llenas de cientos de móviles enchufados como vampiros a cables rojos, y un tipo al mando tecleando como si estuviera jugando al Candy Crush del apocalipsis. ¿Tu próxima discusión acalorada? Podría ser con una máquina que ni siquiera sabe lo que es el sarcasmo.
Esto es un nido de bots . La próxima vez que quieras responderle a un desconocido, piensa que por trescientos euros puedes manejar 10.000 cuentas.pic.twitter.com/jOqJLvJ6ai
— Lucia Etxebarria (@LaEtxebarria) November 23, 2025
El escenario: un cuarto gris y anodino en algún rincón del mundo (probablemente donde se fabrican los calcetines que se pierden en la lavadora). En las paredes, filas interminables de smartphones: iPhones, Androids, hasta algún Nokia 3310 reciclado por nostalgia. Todos conectados a un ordenador central que parece el cerebro de un supervillano de serie B. El operador, un señor con camisa negra y expresión de «odio mi vida más que tú odias las notificaciones push», hace malabares con miles de cuentas falsas. Por 300 pavos, maneja 10.000 perfiles. ¡Eso son 0,03 euros por cuenta! Si yo tuviera esa eficiencia, ya estaría pagando mis facturas con likes falsos.
Ahora, el drama personal: ¿cuántas veces has perdido los estribos respondiendo a un desconocido que te dice «¡Vuelve a la Edad de Piedra!» en un debate sobre si el café con leche es un crimen? Pues bien, amigo mío, ese «desconocido» podría ser el Bot-3000, un algoritmo programado para trollear sobre cambio climático mientras su dueño come fideos instantáneos. Imagina la escena: tú, rojo de ira, tecleando «¡Eres un ignorante!»… y al otro lado, un móvil parpadea con una luz azul, procesando tu cabreo como si fuera un cupón de descuento para Amazon. «¿Enfadado? Actualizando insultos al 2%… Listo. Responder con emoji de pulgar hacia abajo.» ¡Es como pelearte con tu tostadora porque te quema el pan! Al menos la tostadora no te bloquea después.
Pero vayamos a lo profundo (o lo superficial, que en redes da igual). Este «nido de bots» nos obliga a replantearnos nuestra vida online. ¿Ese halago random de una cuenta con foto de modelo ucraniana? Bot vendiendo cripto. ¿El debate eterno sobre política que termina en «¡Muérete!»? Bot amplificando el odio por likes. Y no hablemos de los influencers: ¿cuántos de esos «viajes a Bali» son en realidad un iPhone colgado en una pared, fingiendo selfies con filtros de Instagram? Por no mencionar las elecciones: imagina a un político ganando votos gracias a un ejército de smartphones que votan más rápido que yo elijo pizza para cena. «¡Sí al impuesto al sol! Like, like, like… Error 404: Democracia no encontrada.»
Lo peor (o lo mejor, dependiendo de tu nivel de cinismo) es que estos bots no sienten. Ni remordimientos, ni resaca, ni el vacío existencial de leer los comentarios de tu ex. Son máquinas puras, optimizadas para el caos. Así que la próxima vez que sientas el dedo índice temblando sobre «Enviar», párate. Respira. Pregúntate: «¿Estoy discutiendo con un humano de carne y hueso, o con un procesador Intel que sueña con actualizarse a Windows 11?» Si es lo segundo, mejor guarda la bilis para el jefe. O para el atasco de mañana. Al fin y al cabo, ¿qué gracia tiene ganar una pelea contra algo que ni siquiera sabe que existe?





































