La pareja estelar de la política española, Pablo Iglesias e Irene Montero, ha vuelto a deleitarnos con una nueva entrega de su saga favorita: “Predico una cosa, pero hago la contraria”. Esta vez, el dúo dinámico ha decidido que sus retoños merecen la crème de la crème de la educación privada, esa que cuesta un riñón y medio, mientras nos venden la moto de que lo hacen por puro altruismo. Sí, amigos, según Iglesias, mandar a sus hijos a un colegio privado carísimo es un acto de solidaridad para dejar más plazas libres en la pública. ¡Tomen nota, filántropos del mundo, que así se hace!
Vamos por partes, porque la caradura de esta pareja merece un análisis digno de un culebrón. Durante años, Iglesias y Montero han sido los abanderados de la escuela pública, esos paladines que desde sus púlpitos morados clamaban contra las élites y los privilegios. “La educación pública es la única que garantiza la igualdad”, decían, mientras agitaban el puño y miraban con desprecio a los colegios privados, esos nidos de burgueses que, según ellos, perpetúan las desigualdades. Pero, ¡ay, qué rápido cambian las tornas cuando se trata de los suyos! Resulta que, para sus hijos, la igualdad puede esperar, que mejor un cole de élite con uniformes impecables, profesores que parecen salidos de una novela de Dickens y actividades extraescolares que incluyen desde esgrima hasta mindfulness para niños ricos.
Y aquí viene la joya de la corona, la excusa que nos ha dejado a todos boquiabiertos: según Iglesias, esta decisión no es un capricho, no, no, ¡es un sacrificio! Un gesto heroico para que las familias humildes tengan más plazas en la escuela pública. ¡Qué generosidad, qué desprendimiento! Imagínense a Pablo e Irene sentados en su chalet de Galapagar, con una lágrima resbalando por sus mejillas, diciendo: “Cariño, vamos a gastar miles de euros al año en un colegio privado para que Manolito, el hijo del vecino, pueda ir a la pública sin problemas”. ¿No es conmovedor? Es como si Robin Hood decidiera robar a los pobres para dárselo a los ricos, pero con una mejor narrativa.
Pero no nos dejemos engañar por esta fachada de altruismo. La realidad es que Iglesias y Montero han caído en una contradicción tan grande que podría verse desde el espacio. ¿No era Iglesias el que criticaba a los políticos que llevan a sus hijos a colegios privados mientras defienden la pública? ¿No era Montero la que hablaba de la necesidad de fortalecer la educación pública frente a la “segregación” de los centros privados? Parece que el discurso se les deshizo como un castillo de naipes en cuanto tuvieron que tomar una decisión personal. Porque, claro, una cosa es predicar desde un plató de televisión y otra muy distinta es practicar lo que se predica cuando toca elegir colegio para los niños.
Y no hablemos solo del colegio. Recordemos el famoso chalet de Galapagar, ese símbolo de la coherencia podemita. Mientras Iglesias y Montero despotricaban contra el capitalismo y las élites, se compraron una casita de medio millón de euros con piscina y vistas a la sierra. Pero, tranquilos, que no era por lujo, sino porque necesitaban “un espacio para criar a sus hijos”. Claro, porque los demás mortales crían a sus hijos en pisos de 60 metros cuadrados sin despeinarse, pero ellos, los defensores del pueblo, necesitan una mansión para no perder la esencia revolucionaria.
La caradura de esta pareja no tiene límites. Es como si te vendieran un coche usado asegurándote que es nuevo, pero cuando lo miras de cerca ves que le falta el motor. Iglesias y Montero han perfeccionado el arte de la doble moral: critican el sistema mientras se benefician de él, condenan los privilegios mientras los abrazan, y luego tienen la audacia de justificarlo todo con una retórica que insulta la inteligencia de cualquiera con dos dedos de frente. ¿Solidaridad? No, señores, esto se llama hipocresía, y de la gorda.
En fin, queridos lectores, la próxima vez que escuchen a Iglesias o Montero hablar de igualdad, justicia social o defensa de lo público, recuerden esta perla: sus hijos están en un colegio privado de lujo, y ellos lo justifican diciendo que es por el bien de los demás. Así que, ya saben, si quieren ser solidarios como ellos, no duden en gastarse una fortuna en un cole de élite. Total, siempre podrán decir que lo hacen por los pobres. ¡Viva la coherencia!