Según el relato oficial, la economía española es la envidia de Europa, la locomotora imparable que galopa por las praderas de la Unión Europea mientras Francia y Alemania se arrastran en el barro del estancamiento. ¡España crece, España lidera, España deslumbra! El Gobierno de Pedro Sánchez, con su varita mágica de optimismo y fondos europeos, nos asegura que somos el faro del crecimiento económico, que hemos dejado atrás las cicatrices de la pandemia y que el futuro es tan brillante que hay que ponerse gafas de sol. Pero, agárrense, porque detrás de este cuento de hadas hay una realidad que no brilla tanto, y los números tienen la mala costumbre de no mentir tanto como los discursos.
Nos dicen que España crecerá un 2,8% en 2025, según BBVA Research, mientras la eurozona se conforma con un triste 1,5%. ¡Qué maravilla! Somos los reyes del PIB, los campeones de la recuperación. Pero, ¿y si echamos un vistazo al contexto? En 2020, cuando la farsemia golpeó, España se llevó el premio gordo a la mayor caída de la UE: un desplome del PIB del 11%, según el Banco de España, mientras la media de la eurozona fue un “modesto” 6,1%. ¿Qué significa esto? Que partimos de un agujero tan profundo que cualquier rebote parece una hazaña. Es como si te caes por un acantilado y luego presumes de haber subido tres metros.
Estamos ante una recuperación en “V”, nos dicen, con ese rebote fulgurante que hace que los números parezcan espectaculares. Pero, oh sorpresa, el resto de la UE optó por una recuperación en “U”, más lenta, más estable, menos de fuegos artificiales. Mientras España presume de haber alcanzado casi el nivel de PIB de 2019 (¡en 2025, qué velocidad!), países como Italia ya están un 2,5% por encima de sus proyecciones pre-COVID, y Alemania, aunque renqueante, no tuvo que escalar desde un cráter tan profundo. España no crece más porque sea un prodigio económico; crece más porque cayó más. Matemáticas básicas, no magia.
Y luego está el maná de los fondos NextGenerationEU, esa lluvia de millones que, según el Gobierno, ha transformado España en un Silicon Valley con paella. Más de 51.300 millones de euros han llegado a la economía real, según el Plan de Recuperación, y España es “líder” en su ejecución. ¡Qué eficiencia, qué visión! Pero espera, que aquí viene el truco: gran parte de este “crecimiento milagroso” se sostiene en el gasto público, que representa casi la mitad del aumento del PIB desde la pandemia. Es como si inflas un globo con helio prestado y luego te sorprendes de que flote. ¿Sostenible? Pregúntale al déficit público, que sigue coqueteando con niveles preocupantes, o a la deuda pública, que supera el 100% del PIB.
Mientras tanto, el Banco de España y la Comisión Europea, esos aguafiestas, advierten que este modelo de crecimiento dopado por dinero público no es sostenible. La productividad, esa gran olvidada, sigue cayendo: un -1,1% por hora trabajada, según algunos economistas críticos. Y no hablemos del paro, que con un 12,3% (y un 27,7% en los jóvenes) nos mantiene como líderes indiscutibles… pero en desempleo. Pero no pasa nada, porque el relato oficial dice que hemos creado 500.000 empleos al año. Claro, si cuentas los empleos precarios, los ERTE maquillados y los pluriempleos, todo suma.
El turismo, nuestro eterno salvavidas, es otro de los pilares de este “milagro”. ¡España, el destino favorito de los guiris! Los ingresos por turismo han disparado el PIB, y el sector servicios está que se sale. Pero, un momento, ¿no es esto lo mismo que llevamos haciendo desde los años 60? Depender del sol y la playa no es precisamente un modelo de innovación. Y mientras los titulares celebran, la población local empieza a hartarse: manifestaciones contra alquileres por las nubes y una sensación generalizada de que el poder adquisitivo se esfuma. El 90% de los españoles cree que ha perdido capacidad de compra desde la pandemia, según encuestas. Pero tranquilo, que el Gobierno dice que los salarios suben más que la inflación. ¿En qué planeta? Porque en el supermercado no se nota.
El relato oficial pinta a España como la Cenicienta que encontró su zapato de cristal, pero la verdad es más bien un castillo de naipes. El PIB per cápita está estancado, según críticos como Daniel Lacalle, y la renta de los hogares no se ha movido desde 2007. La inversión, que debería ser el motor del crecimiento futuro, sigue sin despegar: en 2023 estaba un 3,5% por debajo de los niveles de 2019. Y mientras el Gobierno presume de “responsabilidad fiscal”, la deuda pública y el déficit son como esos invitados que no se van de la fiesta. La Comisión Europea ya ha dado un toque de atención: o se controla el gasto, o el ajuste fiscal de 2026 será de los que hacen temblar.
En resumen, la economía española no es el milagro que nos venden. Es un rebote lógico tras una caída catastrófica, inflado por fondos europeos y gasto público, mientras la productividad se hunde, el paro sigue siendo de campeón y los ciudadanos sienten que su bolsillo no da para más. Pero no se preocupen, que el Gobierno seguirá diciendo que todo va de maravilla, y algunos medios, incluso los críticos, parecen haberse comprado el cuento. Total, si repites una mentira muchas veces, acaba sonando a verdad. ¿O no?