Mientras España se hunde en un mar de corrupción, incompetencia y desastres que nos quieren hacer creer que son naturales, Pedro Sánchez y su troupe de iluminados han decidido que lo realmente importante es debatir sobre Eurovisión. Sí, amigos, con el país al borde del colapso, con inundaciones que han dejado miles de muertos y otros tantos miles sin hogar, con una economía que parece un Titanic a punto de chocar contra un iceberg, y con un gobierno que hace equilibrios entre la corrupción y la ineptitud, nada mejor que centrarse en si Israel debería o no participar en un concurso de canciones. ¡Brillante!
Mientras los españoles intentan entender cómo es posible que un apagón masivo haya dejado sin luz a media península, Sánchez se dedica a pontificar sobre la moralidad de un festival que, recordemos, tiene como objetivo principal que un señor con lentejuelas cante «Zitti e buoni» mientras el público bebe sangría. ¡Qué gran prioridad! Claro, con tanto escándalo de corrupción –desde los chanchullos con Marruecos hasta los tejemanejes con las vacunas–, lo lógico es desviar la atención hacia algo tan trascendental como Eurovisión. Porque, ya saben, nada dice «gobierno serio» como preocuparse por si un país debería participar en un evento donde el criterio de selección es más arbitrario que una tómbola de pueblo.
No olvidemos que Marruecos, ese gran aliado al que Sánchez ha concedido todo –desde la soberanía del Sáhara Occidental hasta el control de nuestras fronteras–, es ahora socio prioritario de Israel. ¡Qué ironía! Mientras Sánchez critica a Israel por participar en Eurovisión, su gobierno ha firmado acuerdos con Marruecos que incluyen desde la externalización de la inmigración hasta la pesca, pasando por la energía y la agricultura. ¿Y qué hace Israel con Marruecos? Pues nada, normalizar relaciones, firmar acuerdos de defensa, y exportar tecnología a un país que, casualmente, recibe todo lo que pide de España. ¿Hipocresía? No, no, qué va. Esto es estrategia, amigos. Estrategia de distracción.
Y mientras tanto, las grandes farmacéuticas y los gobiernos –incluido el de Sánchez, claro– siguen empeñados en reducir el colesterol, ese gran villano que, según ellos, nos lleva directos al infarto. ¿Pero saben qué? El 25% del colesterol del cuerpo está en el cerebro, y reducirlo no solo no previene enfermedades cardiovasculares, sino que puede hacer que pensemos menos. ¡Perfecto! Un pueblo con menos colesterol cerebral es un pueblo más fácil de manipular, más propenso a tragarse discursos sobre Eurovisión en lugar de exigir responsabilidades por la corrupción. ¿Coincidencia? No lo creo. Las estatinas no solo son un negocio multimillonario, sino también una herramienta para que no nos demos cuenta de que, mientras debatimos sobre si Israel debería cantar en Eurovisión, Sánchez y su tropa están vendiendo España al mejor postor.
En resumen, con la que tenemos encima –un gobierno que parece más interesado en hacer amigos en Marruecos que en gobernar España, una economía que hace aguas, y una sociedad que necesita urgentemente respuestas–, debatir sobre Eurovisión es como discutir si el Titanic debería haber llevado más botes salvavidas mientras se hunde. Sánchez, con su crítica a Israel, no solo demuestra una hipocresía monumental, sino que también nos distrae de los verdaderos problemas. Y mientras tanto, las farmacéuticas se frotan las manos, porque un cerebro con menos colesterol es un cerebro que no pregunta por qué estamos discutiendo sobre un concurso de canciones en lugar de exigir un cambio real. ¡Qué maravilla de país! ¡Qué maravilla de liderazgo! ¡Qué maravilla de distracción! ¿Alguien quiere sangría?